Ha sido lugar de peregrinación desde que tuve la fortuna de disponer de vehículo. Ya sea para terminar las tardes de verano como estudiante, ya sea para dormir la siesta de los viernes tras las salidas suaves de los jueves y resistir los viernes por la mañana de trabajo, ya sea para compartir un rato de sal y sol con esa vieja panda de amigos, que siempre estban dispuestos a aparecerse alguna tarde del año por aquel paso tablado de madera, justo el del puesto de vigilancia, el último antes de que se acabe la playa y empiece el puerto, y echar la vista a la izquierda, buscando la toalla más alejada del mar.
No ha cambiado mucho en estos años. Ahora tardamos un poco menos en llegar, gracias al desboblamiento de las carreteras y a un coche algo más consistente que aquel maravilloso R12 color marronamarillopordeterminar. Sigue existiendo el mismo bareto detrás y el mismo puesto de vigilancia. Y tal vez, rebuscando entre trastos sería capaz de encontrar la "Nasía paser nivel", esa inolvidable pelota de plástico duro (importante si hacía viento) que pasaba de crack a crack intentando que la arena solo la viera y no la tocara. Puede que otra foto escaneada nos aparezca con dicha pelota y algún proyecto-chulo-playa tratando de imitar a Hugo Sánchez, que luego estos entrenos le fueron muy útiles para particpar al más alto nivel en ciertos concursos de chilenas que se montaban por los campos de Regional.
Actualización con la foto:
No dejamos este postostón sin foto del lugar. Una de las palizas que daba a todo el que venía a compartir mi pedazo playa era dentro del agua hacerlo mirar hacia afuera y decirle que "esas montañas peladas que se ven al fondo son una de las imágenes de mi vida". No la puso Win Wenders en su famosa recolección de imágenes para una madre ciega, pero por lo que pueda pasar y muchos años después de haberlo pensado, aquí queda una foto (que nunca recoge todo lo que se quiere recoger) de lo que se ve desde un poco dentro del agua.
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