Sorpresas te da la vida dice la canción, y aunque uno ha dejado el mundo de la consultoría al menos en lo que se refiere a título de empresa, siempre aparecen esas situaciones que deben bajar a mucha gente al mundo de los mortales. No me considero de los que andan en las alturas por haber llevado ese adjetivo detrás de mis apellidos de 8 a 19 en días laborables, pero por si acaso, historias como la de la semana pasada ayudan a bajarte (nunca mejor dicho) al suelo.
Sopresa tuve pero ciertamente controlada, porque el hecho de seguir funcionando dentro del mismo campo, hace que te acabes topando con mucha de la misma gente del mundillo.
Resultó que una de las consultoras que apoya a nuestro cliente y desarrollos paralelos es hermana de aquella a la que estuve ligado durante casi toda mi carrera profesional. Risas aparte, el tema se llevó con la debida profesionalidad y delicadeza que el caso conlleva.
Pero el caso nos llevó a volver al edificio corporativo del que no hace 3 meses decidí marcharme, que yo había medio mudado y en el que siguen grandes amigos y compañeros.
Aprovechando que esperábamos a uno de los componentes de la reunión, me fui moviendo por las plantas más familiares del edificio para saludar de un modo tristemente fugaz a gente con la que he compartido muchas visicitudes. Una llamada de móvil de uno de mis actuales colaboradores me hizo bajar corriendo a la planta baja, donde se celebraba la reunión. La penúltima puerta de acceso a la sala de reuniones (con vidrios transparentes para más inri) quedaba solo a 5 metros, 3 segundos en mi ritmo de carrera, cuando en esa última puerta apareció un inesperado escalón no calculado por mis pies, demasiado acostumbrados a planear cerca de la tierra (es estilo familiar, que mi sobrino también lo practica), que me llevó de sorpresa y de modo bastante espectacular a darme de morros en el suelo.
Tuve suerte: la primera silla de espera me quedó a menos de un palmo de la cabeza (ese toque sí que me hubiera hecho daño); rodillas, codos y manos al final evitaron golpe en la cabeza... Medio segundo y reacción: arriba enseguida antes que empiecen a correr los tres más cercanos de la sala y la recepcionista a mi espalda. "Estoy bien! Tranquilos!" Entró en la sala de reuniones donde sólo veo ojos de pasmo. Saludo a los recien llegados. "Que manera de presentarme, verdad?. Me sale mejor con la piscina debajo..." Mi compañero de empresa me pregunta tres veces si de verdad estoy bien... "Sí, tranquilo". Sólo me duelen las rodillas y dedos de la punta del pie con el que me he estrellado. Por suerte no hay marcas ni en el pantalón, ni en el codo, ni en las manos. "Creo que despues de esta presentación, no sé si ya irme... Casi mejor que empecemos" Cuarta pregunta de mi compañero. Lo convenzo de que no hay problema. Empezamos la reunión.
Ahora es otra anécdota más que explicar a los colegas. Y es posible que no sea la última. Esperemos también que todas las espectacularidades que pasen nos permitan luego echar una risas al respecto.
2 comentarios:
Recuerdo que en uno de los primeros cursos de carrera, entramos en una clase nueva. Delante nuestro se fue a sentar una chica a la que tenía(mos) echado el ojo la mitad de los chicos del grupillo de amigos... Total, que vamos entrando de lado como los cangrejos por la hilera de bancos, bajo el banco, miro a donde no debía y... zas, me siento en el aire y al suelo. Sólo recuerdo que entre las risas de mis amigos y la de la chica de delante (si alguna vez hubo alguna posibilidad, desapareció en ese momento -por cierto, para la curiosidad de uno que yo me sé, su nombre era... Mari Carmen, cómo no-) pude observar, a la altura de mi nariz, el muelle que unía la hilera de bancos a los pupitres de detrás. Maldita high-tech...
Ya lo decía la canción de Bimbo: "Mari Carmen es, la mejor que hay"...
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